lunes, 30 de julio de 2007

PARIS, MON AMOUR, SIEMPRE "PAGUI"






















No hay nada más sensual y delicioso que oir de los labios de una guapa y elegantísima artista pronunciar el nombre de esta ciudad en su idioma original. Imaginenlo por un momento, por favor.

La gran belleza de Paris reside en que sigue siendo cien por cien parisina. Tras encogerse de hombros con un desdeñoso moue y un distante “bof!”, la ciudad ha aceptado, pero sobre todo ha ignorado, la llegada de otras culturas. Cuando abrió el primer McDonald´s , se tuvieron que cambiar los nombres de las hamburguesas (recuerde el rap “Royale con queso” de John Travolta en Pulp Fiction): incluso la más universal de las marcas tiene que acatar la disciplina parisina.



Paris resulta imperecederamente homogénea. El decimonónico trazado de calles del barón (modelo de numerosos diseños urbanos posteriores), al que dan solidez las Campos Eliseos, permanece casi intacto a pesar de los esfuerzos de los revolucionarios, los ocupadores, los liberadores y los hechos de 1968. Los edificios de pisos de tres y cuatro plantas, con el tejado abuhardillado, son el papel secante arquitectónico de la ciudad,capaz de absorber con la misma facilidad la Place des Vosges, del ancien regime, el centro Pompidou o la Pirámide de vidrio del Louvre diseñada por I.M. Pei. Mientras, sus hitos más conocidos llevan en pie al menos un siglo (la representativa torre eiffel y el blanquísimo Sacré- Coeur) o casi ocho (Notre-Dame).



El centro de la ciudad (la aglomeración más allá de la periferia es tan infinita como en la mayoría de las ciudades) es compacto y fácil de recorrer a pie. Los surrealistas daban mucho valos a la acción de caminar como el mejor modo de encontrar ·l´impromptu·, y no hay mejor manera de explorar París que tomando el metro hata una de esas estaciones tan sugerentes con nombres tan sugerentes y prometedores como Jasmin, Glacière o Pirámides, y pasear sin la ayuda de ningún mapa por la espiral de arrondissements y quartiers. En Montmartre o el Marais, en St Honoré o la Ile St. Louis, puede dejarse llevar por su olfato (en realidad, por todos sus órganos vitales):

Aspirar el aroma que sale de un pequeño bistro en la Rue St-Denis, donde puede tomar un croque monsieur o probar foie gras en Fauchon, ver un diminuto museo-taller (el Zadkine, por ejemplo) escondido en un callejón, o dar con las esculturas del jardín de las Tullerías, lejos del bullicio que rodeo, al Pensador de Rodin, a la Mona Lisa o a las Bailarinas de Dégas.



A ser posible ese paseo debe ser à deux, es decir, en pareja. No hace falta que Cole Porter diga que París es para los amantes o que Robert Doisneau lo muestre con su fotografía del famoso beso. París es romántica desde hace siglos, desde Abelardo y Eloíso hasta Jean-Paul Sastre y Simona de Beauvoir, que cenaban y conversaban en la Coupole, o Serge Gainsbourg y Jane Birkin en un tono más sensual. París es una ciudad atractiva, y todavía más de noche. Como Terence Conran, gran francófilo, ha observado, ninguna ciudad ilumina mejor sus monumentos que París.



Algunos parisinos creen que en su ciudad hay demasiados turistas, aunque es posible que ésta haya perdido terreno durante la década de 1990 a favor de nuevos centros de estilo como Estocolmo, Seattle o Berlín, pero sólo es un problema pasajero para una metrópolis con tanta fuerza cultural e intelectual. París posee muchas personalidades (el taller de Picasso, la ciudad gastronómica de A.J. Liebling, la sede de los juegos eróticos de Henry Millar) y una rica mezcla multicultural. La mitad de la población actual no ha nacido en la ciudad, prueba de que “Paris es un aire, un aroma y una actitud mental”, como afirma James Cameron.


Y acabaré este articulo citando a algunos personajes famosos que han llevado a “su Pagui” en la sangre como son Brigitte Bardott, Baudelaire, Simona Beauvoir, Henri Cartier Bresson, Moliere, Polanski.


Raulet Artillero

miércoles, 18 de julio de 2007

COPENHAGUE, LA NÓRDICA MÁS EUROPEA









Dentro de sus limites relativamente pequeños, Copenhague destila varias personalidades aparentemente contradictorias: como urbe marina sometida a los elementos, soldadito de ciudad de juguete y, más recientemente, como elegante centro de diseño. Todas coexisten en la modesta capital danesa, donde parece que todo el mundo se conoce.
En ocasiones, Copenhague parece una versión más salada de Ámsterdam, pero aunque ofrece paseos por canales junto a multitud de agujas y un dosel de tejados de color bronce, la vida portuaria de esta ciudad es mucho más importante: cruceros enormes se alinean a un tiro de ancla de Nyhavn, la animada zona de muelles, donde se venden mascarones de proa antiguos. El arenque, presentado de diversas maneras, está disponible, aunque muchos habitantes de la ciudad lo toman sólo en Navidad.





El lado más sentimental de Copenhague surge cada noche en los jardines del Tivoli, creación de un personaje de la sociedad danesa del siglo XIX que se inspiró en los jardines de Londres y Paris. Por la noche, cientos de luces suaves crean un luminoso país de hadas, mientras unos niños vestidos con uniformes de soldado representan un cambio de guardia. Al fin y al cabo, éste es el país de Lego y de Hans Christian Andersen; la estatua de la sirenita del cuento, uno de los iconos urbanos más conocidos del mundo, es una figura pequeña, nostálgica, para algunos, decepcionante insignificante que se encuentra a unos metros de la orilla, en las aguas del puerto. A lo largo de los años, su cuerpo ha sido decapitado, desmembrado y cortado.





Esta cursi visión del “maravilloso Copenhague” es posible que provoque en los diseñadores de la ciudad de una ironía posmoderna. El orfebre Georg Jensen y el polifacético creador ARNE Jacobsen, que superviso el diseño del hotel SAS, desde la fachada hasta las tazas de café, abrió el camino a un grupo de diseñadores conocidos por combinar el frío funcionalismo con la belleza. Copenhague posee un rico legado en arte. La familia cervecera Carsberg fue una gran coleccionista: su Ny Carsberg Glypotek está llena de estatuas etruscas y piezas romanas. Al sur de la ciudad, la galería Arken de arte contemporáneo se abre paso al otro lado de los pantanos; al norte, la vista marítima desde el museo Lousiana resulta tan seductora como su arte moderno. Peter Hoeg y Lars von Traer, directores de cine, plantean retos a las normas existentes, la misma actitud que llevó a músicos de jazz norteamericanos (y en especial, al saxofonista Dexter Gordon) al Montmartre Club de la ciudad en las décadas de 1950 y 1960.





Después de la inauguración de un puente-tunel descomunal, en julio de 2000, entre Copenhague y Malmö (Suecia), se ha creado una metrópoli combinada llamada Oresund, la mayor ciudad del Báltico y del norte de Europa. Sin embargo, cabe sospechar que los barrios típicos de Copenhague (El elegante Kongens Nytorv, el bullicioso Vesterbro, la alternativa y un tanto dejada ciudad libre de Christiania) sobrevivirán, y que la ciudad seguirá contando con un menú de ambientes tan extenso como las opciones de smorrebrod que se ofrecen en el famoso restaurante de Ida Davidsen.

“Otras ciudades erigen estatuas de generales y potentados. En Copenhague te dan una sirena. Me parece estupendo”

Raulet Artillero