jueves, 28 de diciembre de 2006

SEVILLA, BLANCA PASIÓN ANDALUZA









Sevilla es elegancia y donosura. Se levanta mirando con altanería sus vecinas y antes de dar el primer paso ya ha dicho un “ole”. Es una de esas ciudades en que los edificios y las estampas que ofrece, siempre fascinantes por numerosas que sean, parecen casi meras comparsas al lado del extraordinario ambiente reinante. Cada noche las calles comienzan a oler a jazmín y alegría, se visten de luces y se despierta la pura cepa andaluza, una cristalización de lo que para muchos extranjeros es “España”: flamenco, castañuelas, carteles de corridas de toros, mujeres con mantillas, jerez por doquier, carrozas tiradas por caballos, bares con cabezas de morlacos, gitanos... Después de todo, es la ciudad donde Carmen se divertía (la fábrica de tabaco forma parte, en la actualidad, de las dependencias de la universidad), Fígaro ejercía su oficio de barbero y el Tenorio seducía.


Es en esta última obra donde creo recordar un verso del hostelero Cristófano Buttarelli cuando decía “ ¡Quia! Corre ahora por Sevilla, poco gusto y mucho mosto”. En cada primavera, Sevilla rebosa durante unas pocas semanas de esa “españolidad” que tanto atrae a los extranjeros. Cuando acaba el marzo y poco a poco se deshielan los últimos prados, entra la siempre misteriosa Semana Santa. Las diferentes cofradías llevan en procesión las imágenes de la Virgen y Jesucristo en plena Pasión, a las que acompañan unos penitentes tocados de unas túnicas y unas capuchas al estilo KluKlux Klan que no hacen sino aumentar aún más ese sentimiento de misterio que reina durante tan sobrecogedora manifestación de devoción religiosa con olor a incienso y cánticos de fondo. Recuerdo pasar una Semana Santa allí y guardarme en mi libreta una frase de un amigo sevillano. Me alertaba que “ se puede comulgar o no con lo que esto que estamos viendo representa, pero que a ningún ser humano que tenga medio corazón y un pelo por levantar, éste no se le queda tieso al oír un canto a la virgen”. La verdad es que cada parada de la Macarena o el Cristo del Gran Poder me provocaba un gran estremecimiento. Me encantó ver esas ventanas subirse y esas voces desgarradas de pasión religiosa cantar a sus devociones.

Una vez que Sevilla ha cumplido con sus obligaciones religiosas, la ciudad estalla en alegría y fiesta de la mano de la Feria de Abril, durante la cual se bebe, se come, se monta a caballo y se bailan las tan sugerentes sevillanas. Nacida con carácter comercial, al ser en sus orígenes un encuentro ganadero donde se exponían los animales para la compra-venta. A partir del Siglo XIX, el Ayuntamiento creó la celebración de una fiesta anual, siendo la primera en 1847, del 18 al 20 de abril, en la hoy céntrica zona del Prado de San Sebastián, trasladándose en 1973 a su actual ubicación en Los Remedios, aunque en un futuro y debido a su continuo crecimiento, posiblemente se traslade a la zona conocida como “El Charco de la Pava”. Ni que decir tiene que esta Feria está íntimamente ligada a la temporada taurina en Sevilla.

Ambos eventos tienen un fuerte aire teatral, y es que los sevillanos son verdaderos artistas en el arte del “faranduleo”. No en vano, están acostumbrados a tener el mundo a sus pies. Según dice la leyenda, fue Hércules quien fundó la ciudad en las fértiles orillas del río Guadalquivir. Los árabes se quedaron en ella durante casi ocho siglos y nos dejaron el espléndido minarete de la Giralda, uno de los símbolos más emblemáticos de la ciudad. Nadie puede negar que tuviera una influencia suprema en la época colonial, ya que todo el comercio con el continente americano se centralizaba allí aunque Cristóbal Colón saliera de la vecina Palos de la Frontera.
La mejor forma de disfrutar de la estética Sevillana es adentrarse en los patios que son celosamente guardados donde los protagonistas son las flores y las celosías. Si cruzáis el puente al otro lado del Guadalquivir, os encontrareis con Triana, el alegre barrio popular dotado de una personalidad propia, no os olvidéis de bailar al son de las palmas que a vuestro paso os harán.
Y termino este articulo dejándome en la pluma a un oriundo ilustre como Antonio Machado (Uzte perdone, Maeztro) y cogiendo a vuela pluma, valga la redundancia, una canción que me ha servido para inspirar este articulo.

“La feria se adormece, todo se apaga.

Baila, que siga la alegría

De noche y de día con las sevillanas.

Que cierre las cortinas, que escuche la niña

Con cariño alegre las palmas.

Baila, que ya vienen regando

Y te estás mojando, ya está amaneciendo.

No digas disparates con el chocolate

Déjame que siga bebiendo.

Ole, la noche cartujana, niña enamorada, flor de Andalucía.

Que viva la alegría de mi gente y de mi pueblo, vamos a bailar.”

domingo, 24 de diciembre de 2006


FELIZ NAVIDAD Y PROSPERO AÑO VIAJERO....
QUE LA VIDA OS TRAIGA CADA DIA UN REGALO, Y QUE LO DISFRUTEIS CON TODA LA ILUSIÓN DEL MUNDO.
RAULET ARTILLERO

lunes, 18 de diciembre de 2006

LOGOTIPO ARTILLERO


Os gusta? Me lo ha hecho un colega mio apellidado Fermin Camichi. Si quereis algo se lo pedis que os ancargo alguna cosa con el.

ESTOCOLMO, PAISAJES NORDICOS



ESTOCOLMO, PAISAJES NÓRDICOS

Aunque suene a tópico, Estocolmo es la Venecia del Norte. Seguramente el viajero que haya pisado las dos ciudades encuentre muchas semejanzas entre la una y la otra. El agua y los canales forman parte de la geografía propia de esta magnifica ciudad nórdica. Fue fundada en la pequeña isla de Stadsholmen, conocida hoy en día como Gamla Stan (ciudad vieja). Las 14 islas que se sitúan a sus pies y que configuran un importante archipiélago hacen que sus habitantes deban disponer de 53 puentes que permiten la circulación entre los diferentes barrios.

La isla y el parque de Djugarden cuentan con los alicientes suficientes como para ser digna de una visita. Allí encontraremos un museo de visita obligatoria dado que nos expone como han vivido todas las generaciones de nórdicos. Es un buen ejemplo de acercarnos a una cultura a veces lejana. Desde allí podemos dar un paseo por su parque y comenzar a degustar lo que Ingmar Bergman dijo refiriéndose a su ciudad: “No es una ciudad. Es simplemente un pueblo bastante grande situado en medio de algunos bosques y lagos. Quizá te preguntes qué cree que está haciendo ahí, pues dándoselas de importante”. Quizá tenía razón porque Estocolmo es una ciudad que destila ese ambiente que tienen los pueblos, íntimos y asequibles, pero con elementos necesarios de una gran capital: una ópera, un gran hotel y un enorme palacio real. La realeza actual desciende de uno de los subordinados mariscales de Napoleón, Jean-Baptiste Bernadotte, quien logró que Carlos XIII le adoptara, con lo que ascendió al trono en 1818.

Cuando me absorbió esta ciudad era un mes de mayo, y es cuando el sol se resiste a ponerse hasta las diez y sale madrugador a partir de las cuatro de la mañana. Con esa luz y los barcos de vapor que llevan decenios haciendo las mismas rutas, la ciudad me atrajo de tal manera que la consideré una de mis favoritas. Solo divisar las casas de madera, los bosques y su perfecta armonía con los canales produce un efecto hipnótico como el que hizo que el gran Vassa se hundiera en 1628 en el fondo de la bahía.

Estocolmo también se quiere a si misma. No hay más que ver la bandera nacional sueca en todas las casas. El azul y el amarillo parecen estar presentes por todas partes reafirmando la unidad de un país donde hay muchos pocos nacionalismos interiores. La misma cultura es en el norte que en el sur, la misma lengua e incluso, aunque con diferencias, la misma gastronomía. Suecia, junto con Japón y otro país que ahora mismo no recuerdo y que dejó a la inestimable ayuda del posible lector, se presenta como un totum unificado.

En el verano de 1973, durante un asedio de seis días al Kreditbanken, el lazo que se formó entre los rehenes y los secuestradores hizo que los primeros se negaran a declarar posteriormente y llevó a la invención de la expresión el “Síndrome de Estocolmo”. Pues al igual que Florencia, que me cautivó con su arte, debo decir que el “Síndrome de Estocolmo” existe y que lo sufro cada vez que un paisaje nevado, un canal, un bosque me recuerdan a la más bella ciudad rubia que he conocido nunca. No me privéis de volveros a hablar de ella en un futuro.



miércoles, 13 de diciembre de 2006

ROMA, TI PENSO BELA




ROMA

Roma tiene tantas definiciones que caer en el tópico de nombrarla “la cita eterna” sería una manera fácil de comenzar este artículo. Me acogeré al derecho de robar una frase que leí en un libro donde Anthony Mingella, uno de los mejores directores y guionistas, dijo “Roma es una ciudad descuidada en la que te tropiezas con sus monumentos por accidente, como si los ciudadanos no tolerasen tanta cultura interponiéndose ante un capuchino o un sitio para aparcar”. Siguiendo con el hilo cineasta, diré también que Orson Welles afirmó que Italia estaba llena de actores, casi todos buenos, y que lo únicos malos estaban en las películas. Las calles de Roma son el mejor teatro de Italia, un escenario urbano de elocuentes y profundos ojos castaños de animados gestos acompañados de exclamaciones constantes. Quien no recuerda el más famoso gesto de los italianos con los cinco dedos unidos mirando el cielo.
En esta tierra obsesionada por la imagen, Roma gana la partida. Milán tiene la belleza en su ropa y Venecia en su exceso arquitectónico, pero la belleza romana es la más dórica y la más natural de todas. Aunque me pese porque soy un amante de Florencia, debo decir que Roma puede fanfarronear de ser metropolitana e indiferente ante el orgullo de saberse conocedora de su repercusión a nivel global. En este país de fuertes identidades autóctonas, Milán podría ser la capital económica de Italia, Turín, su centro industrial, y Florencia, su meca cultural, pero cada una de estas ciudades resulta provinciana.
Esa altivez viene dada porque su belleza sedujo a los mejores artistas para que la engrandecieran ya desde la época del imperio romano. La búsqueda de las formas perfectas en sus pétreas esculturas, la singular magnificencia de su panteón o la fastuosidad del foro romano le dan un toque de, como no, ciudad eterna. También debemos resaltar que la arrogancia de Roma procede de las uvas y de la decadencia de su antiguo pasado imperial.
Todo el mundo conoce la leyenda del lobo, y la ciudad está plagada de antigüedad y de monumentos: La Fontana di Trevi, las Termas de Caracalla, la Fontana di Trevi, el Campo dei Fiori, las escaleras de la plaza España, las fuentes y la columnata barroca de Bernini que rodea la plaza de San Pedro.
Entre las antigüedades y la complicada topografía de sus siete colinas, la ciudad eterna es también una de las más verdes del mundo. Dispone del agua del Tiber, y sus avenidas y parques gozan del dosel de unos peculiares pinos en forma de paraguas que, junto a sus murallas de un color entre rojizo y rosado, proyectan el aura mágica, púrpura y dorada que envuelve a la ciudad al anochecer.
Con todo este gratuito atrezzo, que director de cine se atrevería a no aprovecharlo en pos de una calidad suprema en su fotografía cinematográfica. Me acuerdo de una película de William Wyler donde Audrey Hepburn encarnaba a una muchacha aburrida de sus monótonos quehaceres como princesa. Cuando llega a Roma se escapa de su jaula dorada con Joe Bradley (Gregory Peck) para recorrer anónimamente la ciudad.

Hoy en día, de la belleza ya no se come y los romanos ya no creen que su hermosura salvará el mundo. En otro articulo explicaré la “otra cara” llena de berlusconis, Tangentopolis o gobiernos lobunos de la ciudad y que se puede observar cuando se visita por segunda vez una ciudad. Aqui las apariencias ya no engañan.


sábado, 2 de diciembre de 2006

FLORENCIA, UN AMOR HECHO REALIDAD


FLORENCIA
La amo. Si pudiera terminar este articulo con la sola utilización de esta frase, describiría a la perfección lo que siento por esta ciudad.
Conocerla davvero requiere un esfuerzo equivalente a su grandiosidad. Todo su casco antiguo es un conjunto sublime de arquitectura, escultura y pintura, que está magníficamente ensamblado como un poema o un canción, y cuya imagen provoca que el clic de las fotografías sea continuo, haciendo casi por si sola una ilusión de estar rodando una película perennemente. Florencia es ARTE.
Florencia es el Renacimiento. Este impulso surgió para tumbar las telarañas de una época gris y oscura, y fue un soplo de aire fresco donde todos los escultores y arquitectos rivalizaban con los clásicos en la búsqueda de las proporciones perfectas. ¿Quién no reconoce la belleza inaudita de ese hombre digno y orgulloso que es el David de Miguel Angel? ¿Quien no ha sentido la curiosidad de conocer a un ser tan curioso como fue Leonardo Da Vinci? ¿Quien no ha soñado alguna vez en arrastrar sus pies de un lado a otro, una y otra vez, del Ponte Vechio, queriendo así que no llegará el final nunca?
Este último es el puente más fotografiado del mundo. El río Arno, con sus salvajes crecidas lo destruyo totalmente y no fue hasta 1345 cuando Tadeo Gaddi o Neri di Fioravante – hay dudas al respecto – lo volvieron a levantar en mismo sitio que esta actualmente.
Originariamente las gentes que lo cruzaban eran casi siempre soldados, por lo que curtidores, herreros, carniceros y pescadores fueron los principales gremios que se establecían en su trazado.
La familia que más influencia tuvo en florencia fueron los Medici. Era una antigua familia de agricultores que llegaron a prósperos banqueros a finales de la Edad Media. Dinámicos mercaderes, los Medici mantuvieron hábiles relaciones con la iglesia y con las casas reinantes en Europa, llegando a alcanzar el papado con León X y Clemente VII y diversos tronos como el de Catalina, esposa de Enrique II, o Maria de Médicis (Ver con quien se caso). Sugiero encarecidamente ver el cuadro de Rubens sobre la Coronación de Maria de Médicis. Fueron liberales, benefactores de la plebe y mecenas de los artistas.

Me dejaré en el tintero más de cien frases que me vienen a la mente con solo pensar en la dama “destinada a florecer”. No me privéis en lo sucesivo del placer de hablaros de ella.