martes, 17 de abril de 2007

ULAN BATOR, UN SUEÑO PARA LOS NOMADAS








Para los habitantes de la capital de Mongolia Exterior, el proverbial centro de ninguna parte es el centro del mundo. Situada en una estepa ventosa rodeada de los cuatro picos sagrados del extremo del desierto del Gobi. Éste es el más grande del planeta y esta ciudad es la única zona metropolitana del país.
El concepto de ciudad choca con la naturaleza nómada del pueblo mongol. Como su campamento principal, una serie de gers o tiendas de fieltro o cuero, Ulan Bator se ha ido trasladando y ha modificado el nombre con cada cambio de ubicación. Y estos cambios han sido numerosos: en el siglo XII, bajo el mandato de Gengis Kan, el mongol más famoso del mundo, Mongolia contaba con un imperio que abarcaba desde el Danubio hasta el Pacífico, el más grande que ha existido nunca.

Habría que esperar a 1788 para la fundación de Urga (Antiguo nombre de la ciudad), ya que el campamento había crecido tanto que era preciso establecerlo en un lugar fijo. Las crónicas hablan de un centro rico, lujoso y cosmopolita de comercio, enseñanza y tolerancia religiosa. Las gers de textura lisa creaban la ilusión de una “ciudad de fieltro”, que más tarde sería ocupada por rusos, tibetanos y chinos, y en la que se intercalaban cúpulas bizantinas, templos budistas y monasterios con llamas cubiertas de telas de color naranja. Se dice que la yurta del ultimo Khan (que se hacia llamar Batman) estaba cubierta con la lujosa piel de un guepardo.
El nombre de Ulan Bator significa “héroe rojo”, lo que da una idea de lo que estaba a punto de ocurrir en la capital mongol. Los soviéticos la invadieron y eliminaron las costumbres medievales. Como explica Tiziano Terzani, “el símbolo de modernidad era la ciudad, de manera que incluso los mongoles- nómadas, pastores, hombres de la estepa- acostumbrados a vivir en yurtas, debían tener una”. La ciudad recibió la huella soviética, con el broche de oro de las calles Lenin y Stalin. Los automóviles sustituyeron a los camellos; los fríos y grises bloques de apartamentos surgieron como setas en detrimento de los gers, y las llamas, junto con la empresa privada y la libertad de enseñanza, incompatibles con el comunismo, desaparecieron de la ciudad.
El imperio soviético ya no existe y Mongolia es independiente de nuevo, pero Ulan Bator probablemente nunca recuperará su carácter y su mística orientales originales. Tal vez los conceptos de estado y modernidad sean irreversibles, y la influencia soviética resulte demasiado concreta e imborrable. Sin embargo, entre el polvo de los edificios que han dejado atrás, las llamas adivinas están regresando y la identidad mongol se va recuperando. Los mongoles vuelven a estar orgullosos de Genghis Kan. Cada mes de julio, en la céntrica plaza Sikhbatar, se celebra el festival de lucha de Nadaam, una versión mongol de los gladiadores y un homenaje a los músculos.
A pesar de la existencia de estos rituales, se percibe que la conciencia colectiva de pueblo ha desaparecido. Sin embargo, Ulan Bator ya no es una mera curiosidad turística en el recorrido del Transiberiano, ni Mongolia Exterior es una metáfora burlesca de lo perdido: es, de nuevo, un destino por derecho propio.
Por último debo decir como dato curioso que es el único país donde se puede comprar un lobo. Hoy en día, los lobos abundan en nuestra “fauna ciudadana” y todos tienen “un precio”.

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