martes, 28 de noviembre de 2006

EL EMBRUJO DE SHANGAI

SHANGAI


Como dice la película, Shangai proporciona ese embrujo envolvente que hace que después de viajar por la China milenaria te des de bruces no solo con el presente, sino con el futuro. Shangai vive anclada en el futuro dejando de banda cualquier tiempo pasado. Este enclave, con sus mil perspectivas, merece una visita relajada.

Cuando se establecieron los primeros autobuses eléctricos, la gente no quería subir dado que pensaban que se electrocutarían y fallecerían inmediatamente. Hoy es un contraste que sea aquí donde esté uno de los trenes más rápidos del mundo. El Maglev Transrapid, el primer tren chino de alta velocidad hace su recorrido desde el aeropuerto de Pudong a Shangai a una velocidad punta de 430 Km. /h en un recorrido de 30 Km. y 8 minutos. También es un contraste que tenga, en la china comunista, el quinto mayor rascacielos del mundo (el Jing Mao), o que una de las calles más comerciales y más transitadas de la tierra sea la calle Nanjing, donde se dan codazos las grandes marcas por ocupar alguno de sus cotizados centímetros.

Estas contradicciones pueden explicarse a través de su historia. Los británicos provocaron la primera Guerra del Opio, entre otras cosas para requerir que los chinos les permitieran instalarse en Shangai. Pero, tras la victoria, consideraron que vivir en el interior de las murallas que enmarcaban la urbe sería insalubre, por lo que prefirieron asentarse un poco más al norte, en la misma orilla del río. Las primarias edificaciones de los almacenes británicos fueron evolucionando como la prosperidad de la ciudad. Unos pocos cosmopolitas eran los clientes habituales de estos establecimientos.

Una imagen se me quedó en la retina y fue la de contemplar a miles de chinos admirando desde el Bund o el malecón las luces de neón de los edificios que se observaban en la otra orilla. Los destellos de los anuncios de los edificios representaban una especie de imán donde, en apariencia, la opulencia y abundancia del capitalismo se simbolizaba con los llamamientos a la compra de esos productos. Es un espectáculo visual impactante y merece la pena ser vivido.


Lo primero que te acostumbras cuando viajas a China es a la muchedumbre y esta se maximiza en la calle Nanjing. Hay gente por todos los sitios, imaginables o no. Desde cualquier callejón sale y entra gente en un continuo trasiego de tratar de venderte Rolex, Cartier, Gucci… La comunicación no verbal hace que, aunque haya escasos centímetros para cada uno, la gente no se golpee o se den codazos unos contra otros. Se trata, como los buenos ciclistas, de viajar a gusto en el pelotón que avanza imparable hacia ningún lugar, pero que te lleva con él como si fuera una marea humana, quizás embrujados todos por algún canto de sirena. Te acostumbras a seguir a la manada.



Shangai merece más de una explicación. Merece un conocimiento profundo previo y un estudio sociológico posterior. Mientras estéis allí, un consejo. Tratad de no parpadear ni una sola vez, ya que los cambios de la ciudad son tan fuertes y tan bruscos, que si cerráis los ojos podréis dejar de asistir en directo a la permuta de algunos de los axiomas más básicos de nuestro mundo moderno. Dejar que sea la historia, si es que en Shangai se deja tiempo a la historia, y no vuestras cámaras fotográficas las que plasmen la imagen de la ciudad. En Shangai no se vive el presente. Se vive el futuro estando en el presente.



1 comentario:

Anónimo dijo...

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